Por Francisco Santos
Luego de una larga espera, llega hoy a los cines Argentina, 1985, con la dirección de Santiago Mitre. Se trata de la producción nacional más relevante del año y, tras su exitoso paso por los festivales internacionales, es la película elegida para representar a nuestro país en la próxima edición de los Óscar, con muchas chances de llegar a la premiación.
Sin embargo, la película no se proyectará en todas las salas en las que debería. Después de una disputa comercial con la plataforma Amazon Prime Video, las grandes cadenas cinematográficas han decidido no exhibirla. En pocas palabras, los cines tienen tres semanas de exclusividad antes de que el film aterrice en la plataforma. Gracias a esto, cadenas como Showcase, Cinemark Hoyts y Cinépolis mostraron su disconformidad, ya que esperaban contar con al menos un mes y medio. Sí, durante veintiún días la película estará en salas, pero solo en pequeñas cadenas y cines independientes, y aunque esto pueda resultar positivo para estos espacios, a lo largo y a lo ancho del país muchos espectadores dependían de las cadenas más importantes para poder disfrutarla en pantalla grande y finalmente no tendrán la oportunidad.
Este conflicto es un fiel reflejo de lo que viene sucediendo hace tiempo: muchas veces las plataformas demuestran ventaja frente a los cines, lo que acelera una notable transformación en los hábitos de los espectadores. Durante los últimos años, ha tendido a disminuir el tiempo que perduran las películas en cines. Como resultado, las salas están cada vez más vacías y recaudan cada vez menos (incluso algunos títulos de grandes autores acaban siendo un fracaso en taquilla a nivel mundial). Esta crisis en el mundo de la exhibición —que ha escalado, sobre todo, desde la pandemia— tiene dos consecuencias fundamentales que, a su vez, la retroalimentan: por un lado, la homogeneización narrativo-estética de las películas taquilleras (actualmente, los títulos más vistos son remakes, secuelas o sagas de superhéroes). Por el otro, muchas películas no logran alcanzar el público masivo al que están destinadas.
Durante los últimos años, ha tendido a disminuir el tiempo que perduran las películas en cines. Como resultado, las salas están cada vez más vacías y recaudan cada vez menos (incluso algunos títulos de grandes autores acaban siendo un fracaso en taquilla a nivel mundial).
Pero si todo esto parece ser un síntoma de época, ¿por qué se señala especialmente el caso de Argentina, 1985? En este punto es necesario aclarar que los conflictos con las ventanas de exhibición están lejos de ser nuevos en el país, pero las que deben sortearlos son las películas independientes, siempre relegadas frente a los tanques internacionales. Ese es el cine que batalla para permanecer más de una semana en el Gaumont o para llegar a otros espacios. Si esta vez el llamado de atención se ha generalizado, seguramente sea porque se trata de una superproducción que, al fin y al cabo, e independientemente de los conflictos que atravesó, se terminó vendiendo como tal. Habiendo hecho esta aclaración, ¿por qué es importante que esta película llegue a la mayor cantidad de salas posible? ¿Únicamente por su nivel de producción?
Argentina, 1985 narra el juicio a las Juntas Militares, encabezado por el fiscal Julio Strassera y su equipo de abogados (“nuestro juicio de Núremberg”, se dice, ya que desde esa oportunidad ningún país había enjuiciado a sus dictadores). Pero no es solamente una película que reconstruye un acontecimiento bisagra tras el retorno de la democracia. Sobre todo, el film nos convoca a un ejercicio de memoria, trayendo una historia importante a estos tiempos revueltos. Si la temática de la dictadura es recurrente en el cine nacional —encontrando su auge durante el kirchnerismo, de la mano con la política de derechos humanos que caracterizó a ese período— en la actualidad debemos preguntarnos qué significado tiene la llegada de una película que nos sumerge en aquella época. Así, se vuelve fundamental ver Argentina, 1985 en Argentina, 2022.
En una sociedad que corre constantemente los límites de lo que se puede hacer y decir; que, frente al intento de ciertos grupos de clausurar la sensibilidad con nuestro pasado y nuestros orígenes, debe salir a la calle a recordar que el Nunca Más es eso, Nunca Más, como si la consigna no hubiera sido siempre lo suficientemente contundente; en una sociedad en la que la extrema derecha se apropia de palabras como república, libertad e institucionalidad, mientras impunemente ejerce e incita a la violencia; en una sociedad que debate sobre los límites entre la libertad de expresión y los discursos de odio, llega una película que narra cómo se ha forjado nuestro pacto democrático tras la última dictadura cívico-militar. Construido con esfuerzo y decisión política durante décadas, este pacto se ha puesto en crisis hace años con las desapariciones en democracia y se ha roto definitivamente con el intento de magnicidio a la vicepresidenta.
en una sociedad en la que la extrema derecha se apropia de palabras como república, libertad e institucionalidad, mientras impunemente ejerce e incita a la violencia; en una sociedad que debate sobre los límites entre la libertad de expresión y los discursos de odio, llega una película que narra cómo se ha forjado nuestro pacto democrático tras la última dictadura cívico-militar.
Hoy resulta urgente reconstruir nuestro acuerdo social, siendo conscientes de las demandas que demarca la coyuntura. Esta película —a pesar de no tener el estreno que merece— tal vez sea un buen primer paso para dimensionar la responsabilidad que supimos y debemos tener al repensarnos como sociedad.
Francisco Santos es estudiante de la Licenciatura en Artes Audiovisuales con especialización en Realización en la Universidad Nacional de las Artes (UNA).
Foto slider: Sony Pictures