¿Cine queer o diversidades en pantalla?
Por Francisco Santos
La representación LGBTIQ+ ha tomado diferentes caminos a lo largo de la historia del cine. Ya desde sus inicios, encontramos alusiones a la homosexualidad con imágenes que no por sus apariciones fugaces son inocentes. Desde entonces —¿y para siempre?— determinados roles les han sido asignados a personajes queer con la intención de definir qué percepción debía tener la sociedad sobre la homosexualidad.
Durante las primeras décadas del siglo XX, fue tomada como objeto de ridiculización, encontrando en la figura del maricón, por ejemplo, el personaje que podía encarnar los gags cómicos. Poco después, en la época de oro, se impuso la censura a través del Código Hays (1). Si para entonces no podían filmarse, entre otras restricciones, escenas que explicitaran algo relacionado con la sexualidad, imaginemos qué lugar quedaba para las diversidades. Sin embargo, muchos realizadores han sabido burlar a la industria con diferentes estrategias que les permitían incorporar personajes homosexuales de manera subliminal, solo reconocibles para el propio público LGBTIQ+. En el mejor de los casos, había que conformarse con esas migajas.
Más adelante, los personajes homosexuales se transformaron en los delincuentes y los villanos de las películas, un rol que contribuía a incrementar el rechazo hacia ellos: eran personas violentas y desequilibradas de las cuales había que cuidarse. Por si esto fuera poco, su destino trágico era prácticamente una regla y, en ocasiones, el mensaje ha llegado a ser que los homosexuales eran monstruos merecedores de la muerte, que les llegaba luego de atravesar un padecimiento constante.
Por si esto fuera poco, su destino trágico era prácticamente una regla y, en ocasiones, el mensaje ha llegado a ser que los homosexuales eran monstruos merecedores de la muerte, que les llegaba luego de atravesar un padecimiento constante.
A través de este breve recorrido, podemos afirmar que el cine ha utilizado sus herramientas y su poder para normalizar discursos discriminatorios y estereotipos crueles y patologizantes. A propósito, una primera recomendación: The celluloid closet (Rob Epstein y Jeffrey Friedman, 1995), un documental que sintetiza la representación queer en Hollywood hasta su realización.
En la década del 90, el surgimiento del denominado New Queer Cinema en Estados Unidos generó un quiebre en el modo de representar las diversidades. La epidemia del VIH y el SIDA se volvió una temática recurrente, así como muchas películas se (re)apropiaron de la estética camp. Por ejemplo, en Hedwig and the Angry inch (John Cameron Mitchell, 2001), el protagonista encuentra en su propio cuerpo un territorio de exploración. El film, un musical conscientemente contracultural, nos revela que la identidad no se es ni se tiene; se construye, en un constante devenir.
Si bien significó un enorme avance, vale la pena preguntarnos qué equivocaciones se siguieron cometiendo desde entonces y hasta esta parte. Por ejemplo, en relación con lo humorístico, muchas comedias continuaron mostrando a los personajes afeminados como objetos de burla. En cuanto a la criminalización, cabe mencionar las recientes denuncias que recibió la plataforma Netflix al catalogar Dahmer (Ian Brennan y Ryan Murphy, 2022), la serie sobre el asesino serial, como “contenido LGBT”. Respecto a las reservas a la hora de presentar personajes queer, numerosas veces se siguen relegando a meros cameos. Además, el queercoding (es decir, la decisión de incluirlos solo subtextualmente) aún es una práctica muy común en la industria, que encuentra a las películas de Disney como algunas de sus máximas exponentes. Como ya hemos visto, esto fue una estrategia durante la censura pero hoy resulta innecesario.
Estos ejemplos pueden ser leídos como resabios de lo descrito al comienzo. Pero en los últimos años los cambios se han acelerado notablemente, lo que, sumado a la renovación constante de títulos, nos da una oportunidad para reflexionar: ¿qué historias se están contando?, ¿qué imágenes tenemos? Y sobre todo, ¿qué nuevos desafíos se presentan? Está claro que cada vez hay más personajes LGBTIQ+ en la pantalla pero, ¿es suficiente? ¿Tener protagonistas homosexuales hace que una película sea queer? ¿Qué otros factores entran en juego? ¿Qué grietas podemos encontrar en la creciente inclusión de personajes queer?
En este último punto, la palabra inclusión no es utilizada de manera azarosa, ya que muchas veces los personajes LGBTIQ+ son incluidos en relatos que no dejan de estar contados bajo el prisma cisheteropatriarcal. En consecuencia, lejos de dar visibilidad, se crean arquetipos que responden a lo que la sociedad heterosexual entiende del colectivo LGBTIQ+, se configura el sujeto homosexual aceptado y se demarca cómo deben ser las experiencias que se corren de la norma: el cine no puede estar escindido de las bases culturales de la sociedad, por lo que aún hoy la concepción de las diversidades es producida, muchas veces, por los mismos discursos que las rechazan.
Lo que las producciones audiovisuales siguen reproduciendo es, sobre todo, la infelicidad de dichos personajes. Es recurrente ver que este tipo de historias románticas devengan en fracaso, como si para el colectivo queer encontrar el amor fuera una tarea imposible. La soledad y el castigo social son circunstancias que ya parecen inevitables, como si estas experiencias solo pudieran resultar traumáticas y tristes, sin excepciones. A través de estos y otros ejemplos, las producciones audiovisuales terminan cayendo en una fetichización del sufrimiento, victimizando a las diversidades de forma casi morbosa.
Por si esto fuera poco, su destino trágico era prácticamente una regla y, en ocasiones, el mensaje ha llegado a ser que los homosexuales eran monstruos merecedores de la muerte, que les llegaba luego de atravesar un padecimiento constante.
Pero, ¿qué otras posibilidades tenemos?, ¿hay algo que rompa con la homogeneización de los relatos queer a la que estamos acostumbrados? La respuesta es afirmativa: el cine, en todas sus latitudes, cuenta con una diversidad de voces en constante crecimiento. Carol (Todd Haynes, 2015), 120 battements par minute (Robin Campillo, 2017) y la serie Pose (Ryan Murphy y Brad Falchuk, 2018-2021), son algunos de los títulos actuales que visibilizan el odio de la sociedad y las dificultades que las personas queer vivimos históricamente, sin empalagarse con el drama y la tragedia; al contrario, manteniendo siempre una mirada esperanzadora. El caso más actual tal vez sea Heartstopper (Euros Lyn, 2022), una serie sobre la formación de vínculos durante la adolescencia. Para evidenciar su importancia, es necesario señalar que se la ha tratado de irreal y utópica, ya que según las críticas “es imposible que una historia de este tipo sea tan feliz”.
Por otro lado, Céline Sciamma es una de las directoras contemporáneas que más ha sabido explorar otros mundos: durante mucho tiempo, la mayor parte de películas LGBTIQ+ ha tenido como protagonistas a hombres gays. Las historias sobre el lesbianismo o el colectivo travesti-trans han estado siempre en segundo plano y, en el caso de llevarse a cabo, son films que muchas veces cayeron en la sexualización o fueron realizados con una mirada machista y enjuiciadora. Con títulos como Tomboy (2011), sobre una infancia trans, y Portrait de la jeune fille en feu (2019), una historia de amor lésbico a fines del siglo XVIII, la realizadora francesa realiza un aporte muy importante y contribuye a saldar una deuda histórica con el colectivo.
durante mucho tiempo, la mayor parte de películas LGBTIQ+ ha tenido como protagonistas a hombres gays. Las historias sobre el lesbianismo o el colectivo travesti-trans han estado siempre en segundo plano y, en el caso de llevarse a cabo, son films que muchas veces cayeron en la sexualización o fueron realizados con una mirada machista y enjuiciadora.
Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017) puede ser considerada la película queer más importante de los últimos años. Si uno de los ejes centrales del cine queer es incomodar (a la sociedad y al sistema, ambos fundados en tradiciones discriminatorias) tal vez esta sea la historia que más le ha costado al público cisheterosexual (2) en el último tiempo. El film se aleja de los contextos opresivos y trabaja la sexualidad de un modo que a muchos les ha resultado controversial. Sin embargo, es un enorme relato sobre el furor del primer amor (y desamor).
Por último, un nombre que aquí no puede faltar: Pedro Almodóvar. El director español hizo del deseo y la diversidad sexual sus temáticas principales. Sus personajes rompen los esquemas hegemónicos y transitan sus historias con honestidad. En palabras de Lucrecia Martel: “mucho antes de que las mujeres, los homosexuales, las trans, nos hartáramos en masa del miserable lugar que teníamos en la historia, Pedro ya nos había hecho heroínas; ya había reivindicado el derecho a inventarnos a nosotras mismas”.
En conclusión, podemos afirmar que los personajes queer siempre estuvieron ahí, y por eso debiéramos preguntarnos: ¿cuál es la representación que queremos? Y, en definitiva, ¿qué es el cine queer? Como una primera aproximación, podríamos decir que es aquel que narra otras realidades posibles, historias que exploran nuevas subjetividades y desafían los límites de las identidades sexuales y de género. Sin embargo, y como hemos visto, el cine supo construir relatos sobre las diversidades, aun manteniendo una mirada sesgada por los discursos dominantes. Así, el cine queer es y será aquel que cuestione el status quo y deconstruya estética y narrativamente un dispositivo y un lenguaje sostenidos por las concepciones cisheteropatriarcales.
Francisco Santos es estudiante de la Licenciatura en Artes Audiovisuales con especialización en Realización en la Universidad Nacional de las Artes (UNA).
(1) El Código Hays consistió en una serie de medidas restrictivas que rigieron entre los años 30 y los años 60 y determinaba, para las producciones cinematográficas estadounidenses, qué se podía ver en pantalla y qué no.
(2) El prefijo “cis” se utiliza para definir a aquellas personas cuya identidad de género se corresponde con su sexo asignado al nacer.
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