Por Claudio Véliz
Una ternura rabiosa
Sergio Coscia es uno de esos personajes entrañables de los que no abundan en estos tiempos iracundos. Su amado Luis Alberto Spinetta, sin duda alguna, también encabeza la lista de las almas más generosas y desinteresadas de su época. A los quince años, Sergio se apersonó en el domicilio de Luis y golpeó su puerta con enorme ansiedad, aunque frágiles expectativas. Quizá el Flaco haya intuido un ruido de magia en esas inesperadas vibraciones porque acudió presuroso al encuentro del atrevido visitante. Una vez repuesto de la sorpresa, el adolescente le entregó a su ídolo algunos de sus poemas más preciados y, de este modo, nació una cálida relación que duró varios años. Este acontecimiento inolvidable signó toda su vida y se convirtió en su talismán: cultivó su inspiración spinettiana, nutrió su pasión por la música, encendió su escritura y lo inició en el arte de la conversación afectada, sensible, profunda.
En el año 2011, Sergio inventó Mondo Rabioso, una disquería temática (y algo más) ubicada en la galería “Corrientes angosta” del microcentro porteño. En este rincón musical, las transacciones comerciales quedaron relegadas a segundo plano ya que, muy rápidamente, sus estanterías se transformaron en escenario de encuentros, charlas interminables, recuerdos, promoción de actividades culturales y artísticas y hasta de improvisados conciertos. Allí, este amante incondicional del Flaco y de Los Beatles, halló su lugar en el mondo. No mucho tiempo después de que Spinetta se despidiera de sus seguidorxs para ir a tocar con Lennon, Sergio se juntó con Gustavo Campana y Mauro Torres para crear la la la, una radio online íntegramente dedicada al Flaco, que transmite durante las 24 hs. Es la única experiencia conocida de una radio dedicada exclusivamente a la vida y la obra de un único artista. En dicho éter fascinante, las canciones de Luis se mezclan con grabaciones piratas de conciertos, reportajes olvidados, reversiones y testimonios de sus admiradores. Tras cuatro años de pandemia macrista y a poco de andar el coronavirus, este duende pelilargo de sonrisa fácil y verba inagotable se vio obligado a bajar la cortina de la disquería. Desde entonces, eligió vivir cerca del mar, más precisamente, en aquella ribera del Atlántico que los guaraníes denominaron Tuyú.
Sergio andaba por la vida como un melómano insobornable, un verdadero sabio de la tribu respetado por propios y extraños. Se codeó con los mejores músicos argentinos, escribió varios libros (uno de ellos lleva por título: El lado beatle de la vida), polemizó con los críticos “comerciales”, promovió encuentros inolvidables, charlas interminables, conciertos solidarios. Nos animamos a afirmar que fue uno de los más grandes gestores culturales de este siglo. Cuando nuestro común amigo Nacho le propuso incorporarse al staff de La tela, no lo dudó ni un minuto. Estaba ansioso por entregarnos algunas perlitas de su arte inigualable.
Nosotros te oímos en tiempo
Eran exactamente las 13:32 hs. del viernes 24 de junio, cuando Sergio me envió un mensaje para avisarme que estaba en la puerta de la universidad: “Estoy!”, me escribió. Bajé corriendo los tres pisos y nos estrechamos en un abrazo como si nos conociéramos de toda la vida, aunque fuera la primera vez que nos veíamos. Nacho estaba convencido de que debíamos cruzarnos ya que intuía una extraña afinidad entre nosotros. Subimos por la escalera y nos acomodamos, junto con mi hijo Lautaro, en la oficina del secretario porque era la más amplia y luminosa de todo el piso. Yo no estaba muy seguro de encender el grabador a pesar de que mi intención era publicar la entrevista en La tela. Tenía miedo de que ese “vicio periodístico” atentara contra el encanto del encuentro y contribuyera a morigerar la espontaneidad de nuestro invitado. Finalmente, y mucho antes de que la conversación avanzara, le avisé a Sergio que iba a dejar un registro de nuestra charla.
Lo que siguió fue uno de los momentos más maravillosos que me tocó vivir como aficionado periodista (aunque muy especialmente, como rabioso spinettiano), una actividad que me permitió toparme con figuras de la talla de Eduardo Galeano, Raúl Zaffaroni, Víctor Hugo Morales, Dora Barrancos o Teresa Parodi, entre muchxs otrxs. Y si cito a estos personajes tan afables no es para vanagloriarme por la pretendida hazaña de haber compartido una charla con ellxs (un placer que pude compartir con otro de los que viven la vida desde ese mismo lado, mi amigo Zeta), sino para exaltar aún más la figura de Sergio Coscia, quien nos habló con la ternura y la complicidad con la que solo se trata a lxs amigxs, a lxs seres más queridxs. Después de dos horas y media de una conversación sin interrupciones, fue el grabador el que dijo “basta” mientras a Sergio parecía no importarle nada. La despedida, evidentemente, no estaba en sus planes.
¿Fuiste vos, luis?
Cada vez que Sergio mencionaba algún suceso venturoso o iluminador de su historia personal, dirigía su mirada hacia el cielo y decía: “Luis, ¿fuiste vos?”, en un gesto de profana religiosidad que aludía a la bendición de nuestro dios cotidiano. Antes de despedirnos, le regalé un ejemplar de La tela del año 2012 dedicado a Spinetta. Apenas habían transcurrido tres meses desde su triste partida. En el pliegue central full color de la revista, yo contaba mi propia experiencia con el Flaco desde el año 1981 en que fui por primera vez a ver un concierto de Almendra. Descontaba que a Sergio le iba a encantar conocer mi testimonio, ya que estaba fascinado con la idea de acompañarnos en esta renovada aventura literaria. Al día siguiente de la extensa charla y aún conmocionado por la calidez de nuestro entrevistado, recibí un mensaje tan extraño como inquietante: “Hola Claudio, soy Marco, un amigo de Sergio, necesito hablar con vos”. No sé cómo se las ingenió para encontrar mi contacto, pero Marco quería avisarme que unos pocos minutos después de abandonar el edificio de Sarmiento 440 donde se produjo nuestro encuentro, Sergio se desplomó en el andén de la línea San Martín para nunca más recuperar sus latidos. Viajaban con él innumerables historias y saberes melómanos, efusivos abrazos, recuerdos imborrables, conciertos inolvidables, charlas interminables, afectos por doquier. Pero también se llevaba un ejemplar de La tela, justamente el más querido por mí, la edición dedicada a Spinetta. El único consuelo para quienes nos quedamos un poco más solos es que efectivamente hayas sido vos, Luis quien lo quiso tener a su lado… en ese caso, hasta podríamos perdonarte.
Claudio Véliz es sociólogo, docente e investigador (UBA-UNDAV), director general de cultura y extensión universitaria (UTN) /claudioveliz65@gmail.com
Foto slider: Jorge Larrosa