El último adiós a Godard

El último adiós a Godard

El cineasta más revolucionario de la historia

Por Aldana Fungueiro

Nacido el 3 de diciembre de 1930 y proveniente de una familia de la burguesía suiza, Jean-Luc Godard se mudó a París durante su adolescencia para estudiar etnología y acabó vinculándose con el mundo de las artes. Por entonces, comenzó a frecuentar la Cinemateca Francesa y a escribir algunas críticas cinematográficas en La gazette du cinéma, revista fundada por Éric Rohmer. Es allí donde se materializó, por primera vez, esa pasión que venían compartiendo los amantes de la cinemateca. Esto significaría el comienzo de la Nouvelle Vague (la nueva ola), término que utilizó por primera vez François Giroud en 1957 para referirse al aporte de estos nuevos jóvenes y de la cual Godard sería el principal referente. 

Los primeros cinéfilos

En 1951, los críticos de cine André Bazin y Jacques Doniol-Valcroze pusieron en marcha Cahiers du Cinéma, la revista más relevante de la crítica francesa, y para 1954 los escritos de Jean-Luc Godard ya se destacaban por su acidez e irreverencia. Entre los principales colaboradores de estas publicaciones, descollaban los nombres de: François Truffaut, Jacques Rivette, Claude Chabrol y Éric Rohmer, entre otros. Todos ellos solían asistir a los ciclos dedicados a los creadores del Hollywood clásico -tales como Alfred Hitchcock, Nicholas Ray y Fritz Lang-, que se proyectaban por ese entonces en las salas parisinas, y comenzaron a interesarse por la figura del autor en el cine. Poco a poco, fueron posicionando al director en el mismo lugar que un pintor o un escritor, algo que hoy es moneda corriente pero que era muy diferente en la época en que los nombres de las estrellas populares del momento acaparaban las marquesinas mientras la figura del director era reducida a la de un simple empleado de las grandes productoras cinematográficas. Su interés por destacarlo como un autor con criterio y una mirada original colocó al director en un lugar central para la audiencia a la hora de decidir el ingreso a una sala de cine, además de marcar el comienzo de la cinefilia tal como la conocemos hoy en día. 

El cine moderno

A casi quince años de la Segunda Guerra Mundial, el cine francés se sentía estancado, demasiado intelectual y elitista. Por más de una década, se repitieron los mismos recursos e historias hollywoodenses, y una cosa era clara: necesitaba frescura. Para fines de la década del 50, los jóvenes de la Nouvelle Vague ya estaban listos para ponerse las cámaras al hombro y salir a filmar las críticas que hasta ahora solo venían ejerciendo mediante la escritura.  

El 16 de marzo de 1960, Godard estrenó su primer largometraje titulado À bout de souffle (Al final de la escapada), una obra rupturista e innovadora que marcará el nacimiento del cine moderno. Despojándose de los artificios empleados por los estadounidenses para esconder cortes y, cámara en mano, Godard se tomaba la libertad creativa de utilizar los cortes con saltos temporales en la narración, ruptura de continuidad, sonido variante y personajes neuróticos. Alejándose de sus raíces burguesas y más políticamente consciente, estrenó, en 1963, Le petit soldat (El soldadito), una película que da cuenta de la guerra entre Francia y Argelia, en la que un criminal es encomendado para ejecutar a un locutor que hace campaña contra la guerra, y que sería censurada durante tres años en Francia. A partir de entonces, toda la obra de Godard estará atravesada por la crítica, la política y la experimentación. 

En 1964 estrenó Bande à part (Banda aparte), su segunda colaboración con quien será su musa y esposa, Anna Karina, cuyo título utilizará más tarde Quentin Tarantino para nombrar a su productora cinematográfica. Hacia 1965, un Godard más sólido y coherente que nunca, presentó Pierrot le fou (Pierrot el loco), su obra maestra por excelencia según mi criterio. Una película que lo tiene todo: crítica social fiel a su estilo para dar cuenta del conflicto vietnamita, influencias pop tales como el collage, persecuciones, pistolas que aluden al cine del cual fue admirador en sus inicios, la femme fatale y la ruptura de la cuarta pared (- ¿A quién le hablas? – ¡A la audiencia!) porque si alguien se olvidaba que el cine es, ante todo, una conversación con su espectador, Godard siempre estaba ahí para recordárselo. En su gran libro La Nouvelle Vague: la modernidad cinematográfica’ (1), Javier Memba señala que “se trata de una deconstrucción de la estructura dramática que va de la comedia a la tragedia”. Es su obra más sólida, coherente y provocadora, y la que pone fin a la primera etapa de su filmografía para luego dedicar su cine, casi por completo, a la política, a raíz de los acontecimientos de mayo de 1968 en Francia.

Las influencias

El cine de Godard estará muy presente en todas las futuras generaciones, muy especialmente en las obras de Lars Von Trier, Tarantino o Scorsese. En nuestro país, se me ocurre pensar en Lucrecia Martel, quizás no como una influencia tan directa, pero sí como una autora capaz de despojarse de las técnicas hollywoodenses para crear un lenguaje propio. Ante su partida se activan preguntas que hasta ahora permanecían latentes: ¿habrá un próximo Godard?, ¿existirá algún cineasta capaz de hacer evolucionar el lenguaje audiovisual de una manera tan significativa?, ¿emergerá alguien capaz de tomar sus influencias para reformularlas o nos conformaremos con meros recursos artísticos carentes de sustancia crítica y de politicidad?  

Aldana Fungueiro es Licenciada en Audiovisión y se desempeña como operadora de contenidos de Paramount.
fungueiroaldana@gmail.com 
IG: @lapelidemivida 

(1) MEMBA, Javier (2009): La Nouvelle Vague. La modernidad cinematográfica. T&B Editores. Madrid. 

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