Hacer memoria. Registros de nuestra historia en primera persona

Hacer memoria. Registros de nuestra historia en primera persona

Memorias utenianas.

Entrevista a Carlos Alberto Romano.

La guerra de malvinas

“Carlitos” Alberto Romano es trabajador no docente de la UTN. Ingresó al área de liquidaciones de Rectorado el 11 de mayo de 1977, a sus 19 años, por recomendación de su primo Abelardo Romano. Una vez recuperada la democracia, colaboró con la comisión normalizadora del gremio nodocente (A.P.U.T.N.) en el que consolidó, con el paso del tiempo, su trayectoria militante. 

A 40 años de la Guerra de Malvinas, compartimos su testimonio sobre este episodio histórico y la forma en que se lo vivió dentro de la universidad.  

Durante la dictadura, los jefes nodocentes nos cuidaban  

Entré a la facultad en el ‘77, tenía 19 años y era mi primer trabajo en relación de dependencia. Estábamos en plena dictadura y eso también se sentía dentro de Rectorado. Aún en la juventud, en que a uno se le disparaba la cabeza para otras cosas -las chicas, el baile- el ambiente no era este que es hoy. Era una cosa tremendamente fría… No existía la libertad que tuvimos una vez que se fueron estos tipos, que eran “correctos” en el trato para con nosotros, pero eran autoridades y estaban cumpliendo las funciones para las que fueron convocados -lo denominaron como “Proceso de Reorganización Nacional”-. La frialdad de los tipos, la forma en que marcaban la autoridad… es muy difícil encontrar palabras para describirla.  

En aquel tiempo, nosotros no teníamos tanta relación directa con las autoridades, no se los veía mucho. Nuestros jefes nodocentes, aun con sus vaivenes porque no eran todos iguales, ponían la cara por nosotros. Los militares pedían calificaciones personales (pelo corto, vestimenta, desempeño) y los que ponían el pecho eran los jefes de departamento, los jefes de dirección. Fueron nuestro paraguas: María Ester Costa, el flaco Spinelli, Eduardo Fariña, Alberto Matallana y otros nos cuidaban, aun dentro de ese “esquema de miedo” que había. 

Cuando se fueron, los militares hicieron un “documento de la subversión” en el que se mostraba la UTN como un foco guerrillero. Obviamente, después, con el tiempo, comenzaron a salir a la luz cosas que estaban sucediendo y fueron quedando mucho más expuestas las mentiras que sostenían para cubrirse ellos mismos. 

Algo parecido a un mundial 

Algunos de nosotros veníamos de la época de los 70, éramos jóvenes, pero estábamos interiorizados en la política. Nos tomó por sorpresa lo que pasó. Los medios, si bien eran menos, nos hacían padecer de la misma falta de información de la que adolecemos hoy con la fake news (no existían los celulares). El día de la recuperación de las Malvinas, me acuerdo de que llegué al laburo y ya estaba yendo gente a Plaza de Mayo. El ing. Roberto Ramón Guillán -Rector interventor- nos juntó en el salón del 6to piso y nos informó que “habíamos recuperado las Malvinas”. Efervescencia. Nos hizo cantar el himno y fuimos a la plaza.  

Fue algo parecido a lo del mundial. No sé si llamarlo fanatismo, la consigna era muy justa. La gente estaba tan asustada, con tanto miedo…. No era felicidad, eran festejos chauvinistas. Yo fui al obelisco en el ‘78 a gritar que la Argentina había salido campeón, y yo sabía lo que estaba pasando. Lo sabíamos. A nuestra edad, tenemos compañeros que fueron desaparecidos. Y en la plaza, si bien todos fueron a vitorear cuando salió Galtieri, había gente que llevaba carteles de “paz, pan y trabajo”.  

Llegábamos a nuestras casas y lo primero que hacíamos era poner la televisión para ver cómo iba la guerra. Escuchábamos al periodista de la Tv Pública (ATC), Gómez Fuentes, diciendo que “estábamos ganando” ¡contra la potencia más grande del mundo, Gran bretaña, EE. UU. y la OTAN! Los que habíamos tenido una cierta militancia previa contábamos con una formación política que nos permitía no comernos del todo el verso. Pero aun así, hasta yo, que nunca tuve la más mínima coincidencia con los milicos, tenía esa cuestión adentro de pensar “¿será verdad?”. Después, nos fuimos enterando de que los pibes no estaban preparados, de que pasaban hambre y frío, de que hasta les robaban los cigarrillos. No estaban siendo tratados como merecían. Jugaron con esa ilusión porque la gente empezaba a salir, los gremios empezaban a salir, se les venía “la noche”. 

Unos días antes -el 30 de marzo- hubo una movilización en Plaza de Mayo que terminó como podía terminar una movilización de reclamo en esa época: con los milicos corriéndonos por todos lados. Después de eso, “recuperación de Malvinas” y, de repente, un gobierno que se estaba cayendo a pedazos resurge estimulando el nacionalismo de la gente. Claro, como era una consigna justa y lógica los tipos tuvieron un poquitito más de aire, pero perdieron, como era de suponer, y ahí ya sí hubo un cambio, no de actitud de ellos -que seguían siendo lo mismo de siempre- pero empezó su caída. 

 En el barrio hubo varios compañeros, de mi edad y un poquito menos, que fueron. La impresión que yo tengo es que la guerra estaba en el sur, yo ya tenía 23, 24 años y nos juntábamos en el boliche, en Avellaneda, a la noche, y discutíamos sobre Malvinas. Sabíamos cómo se ganaba o se perdía una guerra, “sabíamos todo”. Pero lo llamativo es que nosotros estábamos hablando de Malvinas y allá estaba pasando lo que estaba pasando. Entre las mentiras y el ida y vuelta de cada uno en la vida, en algún momento fuimos tomando conciencia de que los pibes se estaban matando allá. La pérdida fue un cachetazo. Malvinas fue un quiebre. 

El rectorado fue nuestro REFUGIO

Nosotros no nos juntábamos, no había asambleas, no había nada en Rectorado, estaba prohibido. Una vez, en el año ‘80 -previo mundial ‘82- Argentina jugaba un amistoso con Austria. Los milicos te dejaban poner la tele en la oficina o te daban un cambio de horario si había partido. Estábamos viendo el partido en una televisión chiquitita y aparecía entre las imágenes de la tribuna un cartel: “los 5 mil desaparecidos que digan donde están”. Berto y yo, que sabíamos -los demás también sabían, pero se hacían los que no- nos pusimos a hablar alto: “y claro, si todo el mundo sabe lo que está pasando acá menos nosotros” y una compañera me saltó a la yugular con el versito de “somos derechos y humanos” … Pero bueno, así como te ponían el televisor y te dejaban ver el mundial, tenías otras cosas. Te ponían una planilla para firmar los 20 o 15 minutos que salías a la calle para cualquier trámite o cosa.  

El 14 de junio Berto, Norberto y yo, que estábamos trabajando, fuimos a la plaza. Estaba repleta de gente que quería saber cómo seguía todo, incluidos familiares de combatientes. Ya había caído Puerto Argentino al mediodía y empezó un desbande… Salimos corriendo por San Martín. Serían las 19,30 y la plaza estaba semi oscura, todo lo que podían tapar lo tapaban. Nos metimos adentro del rectorado, que fue nuestro refugio. Salimos a las 21 hs con un grupo de compañeros. Los “aparatos” de estos tipos seguían dando vueltas, la verdad es que daba miedo. De los camiones, esos que vienen con jaula atrás, se bajaban con ametralladoras. Nos agarraron en la esquina de Reconquista y Sarmiento. Bajaron como desorbitados, con las armas en las manos, preguntando a dónde íbamos. Era un grupo que había salido a reventar gente como había pasado tres días antes, cuando fue la movilización de Ubaldini.  

Ese mismo año, después de Malvinas y durante el gobierno del rector Guillán -que era ingeniero de la casa y tuvo con nosotros un trato que nada tenía que ver con lo anterior- hicimos un paro por el escalafón, como de 60-70 días. En el paro estábamos todos, hasta los que no comulgaban mucho con esas medidas.  

La manera de vivir que tenemos nosotros ahora tiene que ver con la organización de los trabajadores y con el gremio. A medida que el gremio se fue consolidando en el tiempo, empezamos a recuperar derechos y lograr que se plasmaran en el convenio colectivo de trabajo del que hoy gozamos. Dicho de otra manera, hubo un antes y un después del día en que decidimos organizarnos. Obviamente, si bien empezamos a hacerlo en el último tramo de la dictadura cívico-militar-eclesiástica, fue a partir del 30 de octubre de 1983, cuando votamos, y del 10 de diciembre, momento en que recuperamos la democracia, que profundizamos el camino para afianzar todos los derechos perdidos en esa larga pesadilla que representó la dictadura genocida para el pueblo argentino. 

Quiero decir que, a pesar de los momentos difíciles que se vivían durante el gobierno de facto, el ámbito laboral me permitió conocer, entre jefes y compañeros, amigos entrañables que siempre recordaré y que no nombro solo por el riesgo de olvidarme de alguno. 

Para finalizar, me gustaría insistir en lo importante que es que asumamos el compromiso de la defensa de la democracia, ya que en estos momentos hay grupos reaccionarios que minimizan lo que vivimos en esa época y proponen ideas similares a las que el proceso aplicó derramando la sangre de los compañeros y compañeras.