Entrevista a Sergio Coscia (parte 1)  

Entrevista a Sergio Coscia (parte 1)  

Por Claudio Véliz y Lautaro Véliz

la música en el adn

El 24 de junio de 2022, tuvimos la inmensa suerte de recibir la visita de Sergio Coscia. Entre otro sinfín de cosas, Sergio fue el creador de Mondo Rabioso, una disquería temática dedicada a la obra del Flaco Spinetta, ubicada en la galería “Corrientes angosta” del microcentro porteño. Este rincón musical se transformó, para él y para el resto de quienes habitaron sus pasillos o indagaron sus estanterías, en escenario de encuentros, charlas interminables e improvisados conciertos. El día siguiente a su visita, recibimos la triste noticia de su partida. Un tiempo después, intentamos dar cuenta de todo lo que nos había dejado esa tarde memorable en una nota titulada “El lado Sergio de la vida”. El detalle de aquella conversación, sin embargo, se mantuvo como un compromiso pendiente. Lo que sigue es apenas la primera parte del relato que nos compartió aquel día de junio sobre su historia, sus emociones y sus sueños. 

¿Cómo surge Mondo Rabioso y qué significó ese espacio para vos? 

Abrí la disquería en 2011 y esos años con Cristina fueron… la abrí y estalló la disquería, pero estalló. Miro para atrás y siempre digo, no es que hay un plan maestro, las cosas suceden. A veces miraba para arriba y decía: “Luis, ¿sos vos?”. Son esos vínculos tan fuertes que se hacen precisamente a través de estas cosas. La identificación con Luis trajo, de movida, un ambiente especial. Hasta empezaron a venir los músicos de sus bandas. Conocí a Rodolfo García y con él tuve una amistad maravillosa, y así montones de cosas… Las disquerías, como las librerías, son lugares que se prestan para la conversación, para forjar vínculos. Fue el ejercicio de la amistad, la gente salía de la oficina y venía a instalarse. Y encima a mí eso me gusta, yo soy así expansivo, hablador, amiguero. Quizás hay librerías o disquerías a las que vas un ratito, hacés la transacción y a otra cosa, pero esta se convirtió en un lugar… yo siempre decía que salía de mi casa para venir a mi casa, a recibir amigos. Es muy fuerte, pasaron muchas cosas lindas, y también di las peleas que tuve que dar. Cuando a mí me empezó a costar, con Macri, le pedí al dueño que me cierre uno de los dos locales, para poder quedarme con uno solo, y no quiso saber nada. Y mi segundo local, el que ocupé hasta ahora, estaba vacío, y su dueño me conocía de algunos recortes de prensa, yo había salido un par de veces en Página 12…   

De hecho, nosotros nos enteramos de tu disquería por la prensa también… 

Claro, se ve que hubo algún rebote, porque venían los músicos, hacíamos conciertos en los pasillos de la galería, era una locura. Y este hombre vino un día, entró al local, se ve que se había enterado de que yo estaba mal con el dueño anterior, el de los dos locales. Entró y me dio la llave de su local: “Está vacío, mudate, después hablamos. Yo sé quién sos vos”.  
Y luego, cuando empezó la pandemia, me pasó como a todos. Primero fueron quince días, después tres semanas… llegó un momento que no se pudo más. Todo bien, yo estaba en mi casa con mi familia, tranquilo, escribía, pero en un momento me agarró la locura, porque con la disquería, ¿de qué me disfrazo? Lo llamé al dueño y me dijo que me quedara tranquilo, que estábamos todos en la misma pelea, que no me podía pedir nada. En ese momento también comuniqué a través de las redes que necesitaba mover el stock y la gente me empezó a comprar virtualmente, entonces eso también nos demostró a todos que hay otra manera. Obligada o no, hay otra manera, es lo que también pasó con las oficinas, hay gente que no volvió a trabajar en las oficinas, o viene tres días y los otros dos está en la casa…  

Esta zona también quedó desierta, en un momento cerró todo, hasta los bares… 

Esta zona también quedó desierSí, totalmente. Nosotros, con mi mujer, nos fuimos a la costa el 2 de julio del año pasado, pronto va a hacer un año. Y las primeras veces que veníamos a la ciudad de visita, yo venía al centro, anduve por Florida… Hoy mientras venía para acá noté que ya hay más gente. De todas maneras, la galería está a menos de la mitad, Florida ya es un desastre… Nosotros nos mudamos a Mar del Tuyú el año pasado. Teníamos un dúplex para vacacionar desde el año 94 y lo refaccionamos, hicimos un piso nuevo. Se dieron un montón de situaciones: mi mujer se está por jubilar, ella es profesora de filosofía, se recibió de grande y trabajó para el plan FinEs. Incluso cuando nos mudamos dio algunos cursos en colegios de allá. Y también fue una forma de decir: ya está. Retomar como era antes es inviable. ta, en un momento cerró todo, hasta los bares… 

Imagen: Facebook de Sergio Coscia

Coincidió la debacle económica con tu necesidad de irte…

Sí, yo tengo 64. El año que viene voy a empezar a tramitar la jubilación, qué se yo, son momentos.

¿Y estás conforme con esa decisión? Pasaste del microcentro a la paz total…

Para mí es un sueño. Yo siempre quise tener algo en el mar, algo con vista, y cuando tuve unos manguitos lo hice. Nos dimos ese gusto con mi mujer, lo sacamos a pagar. Toda mi historia familiar, mis hijas, mis nietos, es ahí, en esa calle, y siempre estaba esa cosa de decir “bueno, en algún momento, cuando todo pare, me voy a vivir allá” … quizás se dio antes.

Casi empujado por las circunstancias…

Sí, no es un dato menor la pandemia. Fueron dos años de desacomodamiento.

Dos años de nada… Porque el macrismo te pudo matar, pero tener que cerrar…

Sí, pero sobreviví. Eso que te digo: lo generado a través del fuerte vínculo con tanta gente hizo que se sostuviera igual. Es como que uno necesitaba comprobar eso: siempre uno dice “si no voy más al local, se pierde”, y no fue así. Obviamente, cada vez que vengo hay un costado de nostalgia que tiene que ver con la gente. Cuando nos encontramos, o me escriben. Todas las cosas que pasaban ahí… Era maravilloso. Pero yo lo veo también como un cierre. Fueron once años, se justificó y fue maravilloso. Y ahora vamos por otro lado.

Contanos cómo llegaste, en primer lugar, a la música y, en segundo lugar, al Flaco. ¿Cómo se construyó ese vínculo? 

Y… la música siempre me pareció magia, desde chico. Ahora, que cumplí sesenta y cuatro, estaba escribiendo un texto que todavía no terminé y es increíble como te quedan las fotos precisas de cosas que son fundacionales y fundamentales. Yo empiezo con los Beatles, por los dibujitos animados, y mi vieja se ocupa un día de hacerme la revelación en una revista Antena. Me mostró una foto y me dijo: “Existen, no son dibujitos animados, estos son”. Enseguida me puse a recortar la foto, yo tenía ocho o nueve años. El tema con la música suele ser mágico para todos. Cuando uno tiene sensibilidad, es algo que está desde chico. Yo recuerdo la música de las series, me acuerdo cuando se veía la tele en blanco y negro, por ejemplo, en Sábados Circulares. Ahí veías todo, desde Atahualpa al Club del Clan. Y antes de mi descubrimiento de Los Beatles fue Johnny Tedesco. Me acuerdo que me encantaba verlo en los programas de televisión. Después vino lo otro, con las canciones de los dibujitos de Los Beatles me volvía loco. Entonces tuve esa revelación, y un poco más tarde vino el show del Shea Stadium. Yo lo vi cuando lo pasaron acá, dos años después del concierto. Cuando los vi vivos lloraba frente al televisor, mi viejo no entendía qué me pasaba. Estas son cosas que yo siempre cuento y que las tengo también escritas porque son lindas de contar. Nosotros vivíamos en una típica casa de alquiler, con el patio en el medio, dos habitaciones y el baño afuera, en Villa Maipú. Yo lloraba mirando el Shea Stadium, sentado en la punta de la cama de mis viejos… No podía controlar lo que me pasaba. Estaba contagiado por ver ese estadio lleno y a todas las chicas llorando y gritando, esa ebullición. En eso mi viejo me mira, y yo registro que va a la cocina y le dice a mi vieja: “Pero… ¡Está llorando!, ¿qué le pasa?”. No entendía… y mi vieja le dice: “Está emocionado… dejalo que está emocionado”. Mirá qué sencilla la respuesta. Son cosas que te quedan por siempre. Y después pinta el Flaco… El Flaco entra por la famosa publicidad de telas, yo escucho el tema, y también tuve esa reacción básica que siempre tenía con la música. “Qué hermoso esto”, pensé. Después, lo veo en el programa Sótano Beat cantando dos temas, y ahí asocio que era la misma banda. Y en la disquería de Villa Maipú, me acuerdo de que habían traído el vinilo de Submarino Amarillo, y yo había visto el de Almendra al lado. Viste que la tapa era rarísima, no me parecía algo llamativo. Mi viejo ya me compraba los vinilos de Los Beatles en ese entonces, y cuando lo vi en Sótano Beat… me morí. Le pedí plata a mi vieja y caminé cuatro cuadras hasta Estrada, en Villa Maipú, con doce años, y me compré el disco de Almendra.

Claro, ese álbum es del 69 si mal no recuerdo… 

Te lo linkeo con otra cosa … a mí ya me gustaba escribir desde muy chico, incluso hubo veces que mis composiciones fueron leídas para todo el colegio, por ejemplo. Mi viejo, que tenía solo el primario y llegó a ser gerente de una compañía de seguros, era un tipo muy inquieto y tenía libros en casa. Yo los leía, de chico me atraía el tema de la palabra. La aparición del Flaco, aparte de lo musical, fue claramente por ahí. Y desde entonces empecé a escribir más desenfrenadamente, con ínfulas de escribir poesía.   

Ya estamos hablando de los 70… 

Sí. O sea que fue algo fundacional, y de autoeducación. Son esas cosas que uno encuentra por fuera de la educación formal, yo iba a un colegio de curas, el Agustiniano… Tremendo.

Me imagino que el rock era una especie de horror para las autoridades del colegio… 

Sí, aparte no éramos muchos tampoco, era más bien un ghetto. De mis compañeros de secundario éramos dos o tres, el resto nos miraban como diciendo: “¿Y estos qué escuchan?”. La gente a veces pierde esa dimensión de que el rock no era una cultura establecida. Cuando empezabas a ir a los recitales, éramos dos mil o tres mil personas con toda la furia… No era algo masivo. 

Y aparte estamos hablando de plena dictadura todavía…

Claro, después viene eso. Yo lo viví y es otra historia de la que podemos hablar largo y tendido… Tengo un amigo, Hugo Mérola, con quien nos vemos mucho en la costa, que estuvo detenido en el Olimpo un mes. Ha declarado en todos los juicios… Él zafó porque zafó. Nosotros íbamos a ver a Invisible juntos. Yo salía con una chica que vivía en Villa del Parque y lo conozco a él en una reunión de acción católica del colegio de monjas donde iba esta chica. En ese momento, captaron a un montón de pibes jóvenes. Él militó de arranque. Yo, en cambio, no entré en la militancia en esa época. Son cosas de las que aún hoy hablamos. Él comprendía que yo no entendía la militancia en ese momento, pero compartíamos todo lo otro. Y, entonces, lo “chupan”. ¡Somos de una generación que ha visto de todo!

Lamentablemente, sí… ¿Y después cómo siguió?, porque vos tuviste una aproximación con Luis…

Lo de Luis es algo que tiene que ver con Mondo Rabioso. Es una historia chica, que durante mucho tiempo guardé para mí… Yo no fui amigo de Luis, no me atrevería a decir eso, pero me di cuenta, con la disquería, de que era algo que tenía que contar. Y empecé a compartirlo, porque en definitiva es una historia rica. Siempre conté que fue una locura que uno hace de adolescente, de grande no me hubiera atrevido jamás. La cuestión es que consigo su dirección, no me acuerdo cómo, por esas triangulaciones que se dan… Algo de la familia, no sé, pero me dieron la dirección exacta. Yo vivía ya en Saavedra, y me tomo el colectivo quince con mi carpeta de poemas, tenía setenta y pico de poemas mecanografiados, y me mando… Y el tipo me da bola… Yo, aparte, me había rateado del colegio. Voy con el blazer, la corbatita, y el tipo sale y yo me mandé un speech improvisado. Siempre digo que eso habla de lo que era Luis en todo sentido, su cualidad humana, pero también su cabeza. Obviamente, hoy, desde la adultez, puedo tratar de ponerme en su cabeza en ese momento, de decir “soy Spinetta ¿qué estoy viendo?”, y el tipo vería a un pibe enloquecido, lleno de inquietudes… Y bueno, tuvo ese gesto. En un texto que publiqué en partes, en Facebook, cuento bastante de lo central de ese hecho. Ahí lo digo bien claro: él hacía docencia. A mí no solo me permitió volver, me pidió que le deje la carpeta. Ya cuando me dijo eso… En ese momento no me daba cuenta de lo que significaba, porque con quince años no te podés dar cuenta… 

Tenías quince años… Él también era muy joven… 

Yo tenía entre 14 y 15 años, lo conocí antes de que saliera Artaud. Y él era del 50. Veintitrés años tenía, era muy joven. No te puedo decir cuánto con exactitud, pero al poco tiempo la revista Pelo publicó el anuncio del disco Artaud, que ya estaba grabado, pero todavía no había salido. En ese tiempo, en alguno de mis viajes a la casa de Arribeños, él ya estaba ensayando con Invisible. Yo conocí a Pomo y Machi en el patio de Arribeños. Con la excusa de que le dejara la carpeta de poemas, seguí yendo, pero lo que les dio continuidad a mis visitas durante un año, más o menos, era que me prestaba libros permanentemente… Maravilloso. Esto hoy incluso lo hablo con sus hermanos, lo hablo con Ana, con Gustavo, con sus padres, con sus hijos… los padres eran tremenda gente también… una familia para escribir algo del tipo “ruido de magia”. Hay que ir por otro lado, es una familia especial, esa casa era especial. Lo suyo ya venía de los padres, el papá escribía, tocaba la viola, la madre era una dulzura total y los dos hermanos, increíbles. Mi hija más chica Maribel, (bah, son todas adultas ya) está con un problema de licencia, ella es maestra jardinera y está con una crisis vocacional atroz por las situaciones que se viven en el conurbano: denuncias falsas, violencia de los padres. Todo esto en una sala de chicos de cinco años en la que cuatro de ellos tienen diversos grados de autismo. La cosa es que pidió licencia y escribió algo en las redes, yo estaba en la costa, y entonces me reenvió audios que le había mandado Ana Spinetta, que estaba muy preocupada por su situación y quería saber cómo estaba… de locos. Cosas como esa te dan la pauta de que en esa familia hay una calidad que está en el ADN, Luis era un marciano directamente…

¿Cómo siguió tu relación con el flaco? Me contaste de los años 70, ¿continuó después?

Bueno, esa secuencia que te contaba debe haber durado un año, más o menos, y se dio, por un lado, por mi caradurez y, por el otro (esto me doy cuenta hoy), por cubrir la necesidad, no solo de conocer al tipo que me partía la cabeza y me hacía llorar -porque el flaco me conmovió siempre profundamente- sino también de adquirir conocimientos que no encontraba en otros lugares. Creo que también había ahí una necesidad de validación, el hecho de decir: “A mí este tipo me despierta un montón de cosas, gracias a él escribo, siento…” Necesitaba validar todas esas cosas que estaban en ebullición dentro de mí con la persona que me disparaba todo eso. 

Tarea cumplida…   

Algo de eso. Hoy en día me salgo un poco de esa cosa de adolescente y me planteo: ¿qué fui a buscar?, ¿ser amigo suyo? y la realidad es que no.  De todas maneras, él tuvo una actitud tan generosa conmigo, tan paciente, tan sensible. ¡Era un tipo que estaba muy por arriba! Y yo era un imberbe… Son cosas que analizo con la mirada de hoy, yo no podía ser amigo suyo. Sí pasó, después, que nos cruzamos en algún recital. Mirá, tengo una anécdota que mi mujer siempre se acuerda. Fue en los 80, en un pub en la calle Cabildo. El Flaco pasó entre las mesas, me ve, entonces se acerca y me hace un gesto cómplice con la mano, saludándome, y se va para el camarín. Yo me quedé duro. Mi mujer me decía: “ah, ¡se acuerda de vos!”. Para mí era imposible, habían pasado quince años, pero se ve que se acordaba. Muchas veces me crucé con los padres, y ellos se acordaban de mí, pero nunca me dio, ya siendo adulto, para ir a buscarlo y preguntarle si se acordaba de cuando iba a verlo, a mis catorce años. Yo me casé muy joven y a los 22 ya era padre. Entré muy temprano en una vida de laburo y de responsabilidades. Pero ojo, no dejé de ejercer, como decía Luis: “lo triste es que la gente deja de ejercer, no va más a los recitales, no compra libros, no compra discos”. Yo no dejé de ejercer. La conclusión que saco hoy es que Luis me dio tanto más de lo que yo fui a buscar… No me hubiera propuesto ser su amigo, esas cosas se dan o no se dan. Sí hay un maravilloso hilo, como pasa en las películas. Uno ve series y cine, y en definitiva nuestras vidas son temporadas de series o películas, con guiones y con hilos argumentales que se sostienen. Yo creo de verdad, por todo lo que fue Mondo y por cómo se me dio, que -insisto- nunca hay un plan maestro, la vida te va tirando cosas… A mí la vida me ha sorprendido muchas veces, porque la pasé muy mal. 

Imagen: Facebook de Sergio Coscia

Contanos un poco sobre los inicios de Mondo...

En 2001 me fundí con una distribuidora, estuve casi dos años sin laburo, quedé con muchas deudas. Era muy amigo de otro disquero, de quien era cliente, de la misma forma en que tanta gente se hacía amiga mía por mi disquería después. Damián García se llamaba, de la disquería OM Discos (Oíd Mortales), que quedaba del otro lado del obelisco. Él tenía un local chiquito también, y lamentablemente falleció hace unos pocos años, muy joven. En medio de mi debacle, un día vine al centro. Hacía muchos años que no nos veíamos, y me dijo: “Loco, ¿cómo vas a estar así?” y me puso a laburar con él en su disquería. Trabajando ahí conocí a los dos socios de Mondo Macabro, que era el local que en ese entonces funcionaba en el lugar que después fue Mondo Rabioso. Vendía películas de terror, cómics, pornografía, un negocio muy de ghetto, de nicho. Uno de los socios iba a lo de Damián a encargar copias de discos. Me pidió que lo atendiera yo porque a él no le interesaba, entonces se convirtió en un cliente mío. El tipo un día me dice: “Escuchame, yo necesito un tipo como vos que me dé una mano en mi negocio, así como lo ayudás a Damián acá”. La cuestión es que estos dos tipos eran dos personajes siniestros, su negocio iba de mal en peor, a punto tal que terminaron cerrándolo. Entonces me vino a ver el dueño del local, que me conocía porque yo iba dos veces por semana a ayudarlos, y me propuso abrirme mi propio local ahí. Son muchas casualidades, cosas de la vida que a uno le cuesta creer que pasen, pero fue así como se dio. Le conté enseguida a Damián y me dijo que no podía desaprovechar una oportunidad como esa… ¡Y tenía razón! De hecho, cuando lo hablé con mi familia y tenía que tomar la decisión, sentía muchísimo miedo. No tenía capital para nada, no podía invertir. Mi amigo Damián me dio algunos discos, otros proveedores que conocía me dieron películas, todo a pagar a futuro, y yo no tenía idea de cómo iba a salir eso. Cuando tocó pensar el nombre, supe enseguida que tenía que tener que ver con Luis. Hay algo alrededor de la historia de Mondo que es un poco mágico, yo no soy un hombre de fe, pero hay una poética en esta historia que fue lo que me empujó a darle para adelante. Y quizás si Luis hubiera vivido se hubiera dado lo que me planteaste, quizás un encuentro… Una vez, en la disquería, una de las tantas veces que estaba Rodolfo (Mederos), un amigo le preguntó: “Che Rodolfo, si Luis estuviese vivo, ¿crees que estaría acá?”. Yo estaba escuchando la conversación, y él le contesta: “No te quepa la menor duda”. Imaginate cómo me puse… Y seguramente sí, por cómo se dieron las cosas que me pasaron con él, hubo como un cierre. Yo lo conocí a Luis por escribir mis poemas y nunca publiqué nada, salvo en alguna revista de música o alguna publicación independiente de poesía, pero terminé publicando gracias a la disquería. El contrato para publicar fue algo que me llegó de grande y justo gracias al lugar con el que yo le rendí homenaje a él… Como vemos a veces en las películas, son cosas inexplicables y hay que tomarlas como vienen. Digo, quizás haya algo que nos escribe ¿no?, por fuera de nosotros, o será también que uno está abierto a determinadas cosas… 

…No vamos a creer que somos autores, ¿no? 

No, para nada. Porque, aparte, las dificultades que uno tiene, las cosas que le pasan… Yo me puse una distribuidora y me fundí… Pasa. Pasan buenas y malas. Nos creemos que está todo en nuestras manos, pero no es así, no manejamos todo. A veces elegimos mal, pero también hay muchos otros factores que influyen, que nos complican. Y, después, de pronto, te pasan otras que te maravillan. Yo no soy ni creyente ni ateo: mi fe está yendo y viniendo constantemente, pero te reconozco que muchas veces, en Mondo, a veces con lágrimas en los ojos, miré al cielo y pregunté: “Luis, ¿sos vos?”. 

Continuará… 

Claudio Véliz es sociólogo, docente e investigador (UBA-UNDAV), director general de cultura y extensión universitaria (UTN) /claudioveliz65@gmail.com

Lautaro Véliz es especialista en política latinoamericana, licenciado en Periodismo e integrante del consejo editor de La Tela /lautaroveliz@live.com

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