La nueva pregunta por la técnica  

La nueva pregunta por la técnica  

El humanismo en el siglo XXI 

Capítulo 2: Urgencias demasiado humanas 

Por Claudio Véliz 

Técnica y modernidad 

Han transcurrido siglos de disputas respecto de la existencia (o no) de una “naturaleza humana”. La filosofía, la antropología, la arqueología, la medicina, la psiquiatría, la criminología, el psicoanálisis y algunas otras disciplinas se han topado, en algún momento de su recorrido, con el misterio de la humanidad: ¿qué es lo que nos hace humanos?, ¿hay algo que trascienda la diversidad de culturas?, ¿nos hallamos determinados a ser lo que somos?, ¿podríamos ser de otro modo?, ¿el carácter contingente, histórico y situado de las relaciones humanas inhibe la existencia de tendencias compartidas ineludibles?, ¿acaso el vínculo indisoluble entre humanidad y técnica no constituye el mejor ejemplo de dichas tendencias?, y un sinfín de etcéteras. El moderno desarrollo de las ciencias y las tecnologías profundizó este debate a escala planetaria a partir de la explosión de una enorme variedad de doctrinas, teorías, disciplinas y miradas del mundo: el humanismo, las filosofías de la conciencia, los enfoques universalistas, el relativismo cultural, la teoría crítica, el estructuralismo, la deconstrucción, los orientalismos, las filosofías de la liberación, los movimientos antropófagos, las epistemologías del sur y muchas otras. En el año 1971, en la Universidad de Ámsterdam, tuvo lugar un debate televisado sobre la “naturaleza humana” entre el lingüista norteamericano Noam Chomsky y el filósofo francés Michel Foucault. Este evento se convirtió en un hito académico que dio cuenta de la avidez por descifrar aquellos enigmas. Poco después, se involucraron en estas discusiones la telemática, la cibernética, la ingeniería genética, las neurociencias, la inteligencia artificial y las tecnologías digitales. Fueron, precisamente, estos últimos “hallazgos” los que nos han obligado a replantearnos la relación técnica-humanidad, a reformularnos una nueva pregunta por la técnica. 

La distopía se hizo presente a punto tal que hemos comenzado a ensayar algunos neologismos (neohumanismo, posthumanismo, transhumanismo, modo cyborg, sociedad-pantalla, tecnocracia, tecnoceno, mundo postorgánico, etc.) para aludir al desmoronamiento de todas las miradas, representaciones, imaginarios, valores, apreciaciones respecto de aquello que, hasta hace muy poco, insistíamos en llamar humanidad.

El 18 de noviembre de 1953, en la Escuela Técnica Superior de Múnich, el gran filósofo Martín Heidegger pronunció la conferencia titulada: La pregunta por la técnica. Ya en su obra maestra Ser y tiempo (1927), había desarrollado una ontología de la instrumentalidad y del universo pragmático mediante el cual el sujeto humano interpreta, comprende y actúa en el mundo utilizando elementos intramundanos tanto naturales como artificiales, en virtud de los fines que se propone. Por entonces, ya podía advertir que este modo técnico de aproximarse a la naturaleza prescinde de lo que es ella misma, de su pura presencia ante nosotros. Lejos de contemplarla y admirarla, los humanos comprendían a la naturaleza como una reserva de materias primas para fabricar útiles. Así, dicha modalidad puramente técnica ocultaba el carácter sublime, cautivante de la naturaleza. Esta visión instrumental, lejos de desocultar (aletheia) el ente natural, viene a ocultar el ser de la naturaleza. De esta forma, el ser humano se enajena en el uso meramente pragmático de los entes, un problema que, según Heidegger, se relaciona con el olvido del Ser (comprensión del ser simplemente como ser de los entes) coincidente con los albores del pensamiento filosófico y con la emergencia de la metafísica. Técnica utilitaria, olvido del Ser y metafísica refieren a una problemática muy similar, razón por la cual, el filósofo alemán de la Selva Negra consideraba a la técnica moderna como una metafísica realizada, como dominio material del mundo. Sin embargo, Heidegger realiza una distinción entre la técnica tradicional o artesanal y la moderna ya que en este pasaje –dice– se juegan dos modos de relacionarnos con la naturaleza, dos modos de habitar el mundo, de ser-en-el-mundo. Así, por ejemplo, las aspas de un molino de viento siguen y acompañan al viento sin intervenir en su curso ni acumular dicha energía, mientras que una central eléctrica moderna le exige a la naturaleza el suministro de energía con el objeto de almacenarla. Aquello que para la modernidad era un síntoma de progreso civilizatorio, se presenta aquí como un problema de grandes dimensiones.  

La técnica moderna le impone a la naturaleza una provocación: le exige liberar su estructura interna para ser racionalizada, almacenada, explotada. Acelera los procesos naturales, los modifica, los desvía, los utiliza en función de los fines humanos. Durante milenios, nuestra especie ha domesticado, criado e hibridado plantas y animales, incluso ha engendrado nuevas especies a partir de una selección artificial, aunque siempre en los marcos restrictivos que imponía la naturaleza de cada organismo vivo. Pero los desarrollos actuales de la biotecnología (una disciplina surgida a principios del siglo XX) enarbolaron una ingeniería genética que utiliza células vivas para desarrollar o manipular especies o productos con fines específicos. De esta manera, la vida misma se estructura/dispone en virtud de dicha solicitud provocadora que la instrumenta, la racionaliza, la clasifica, la subsume (presupuesto ontológico, esencia del moderno tecnicismo que Heidegger designa como Gestell), impidiendo una relación libre con aquella. Dicho de otro modo: la forma de desocultar de la técnica moderna, oculta otras modalidades de la aletheia, restringe la existencia humana a dicho ámbito provocador/compulsivo, bloqueando toda experiencia vital del mundo.  

¿Hay vida más allá de lo orgánico? 

En un tiempo sumamente desquiciado, signado por la ingeniería genética, las tecnologías digitales, la inteligencia artificial, las neurociencias, la criogenia, la farmacopea, la teleinformática, etc., resulta imprescindible formularnos una nueva pregunta por la técnica. Sin negar los hipotéticos beneficios de algunas de estas disciplinas para el desarrollo humano, no podemos soslayar sus ribetes dramáticos: fabricación de armas nucleares, manipulación genética, fumigación con agrotóxicos, producción de aerosoles y envases plásticos, deforestación, tecnificación extrema de la vida orgánica. A diferencia de las distopías del siglo XX, nuestra preocupación se centra menos en un futuro hipotético que en un presente peligroso. La distopía se hizo presente a punto tal que hemos comenzado a ensayar algunos neologismos (neohumanismo, posthumanismo, transhumanismo, modo cyborg, sociedad-pantalla, tecnocracia, tecnoceno, mundo postorgánico, etc.) para aludir al desmoronamiento de todas las miradas, representaciones, imaginarios, valores, apreciaciones respecto de aquello que, hasta hace muy poco, insistíamos en llamar humanidad. Si, como dice la investigadora Paula Sibilia (2006), la sociedad moderna prometeica se obsesionó por el dominio de la naturaleza mediante la utilización de máquinas energéticas, en la actualidad fáustica, hemos perdido el control de una maquinaria digital que ha comenzado a operar más allá de las humanas voluntades. Los nuevos dispositivos cibernéticos han comenzado a intervenir no solo en lo más íntimo de nuestra psiquis, sino también en el desarrollo biogenético de diversas especies, incluido el organismo de los humanos. Precisamente por ello, Sibilia postula la idea de humanos post-orgánicos, algo que, a simple vista, constituye un verdadero oxímoron. Si estamos habitando un más allá de lo orgánico, o, mejor dicho, una era en la que podemos alterar, a nuestro antojo, la génesis y la vida de los organismos, lo que habría que replantearse es si conviene seguir considerándonos humanos

La tecnociencia contemporánea constituye un saber de tipo fáustico, pues anhela superar todas las limitaciones derivadas del carácter material del cuerpo humano, consideradas obstáculos orgánicos que restringen las ambiciones y potencialidades humanas.

La novedad de nuestro tiempo es que el cuerpo humano pierde su solidez analógica-mecánica y se vuelve permeable, programable, proyectable por parte de una tecnociencia todopoderosa. El control se vuelve totalitario ya que nada queda por fuera del panoptismo digital. Tal como afirmaba Gilles Deleuze en los años 90 (1991), el tiempo deviene fluido y ondulante; los espacios, abiertos; los individuos, fragmentados, flexibles y atomizados; las técnicas de poder, sutiles, invisibles y eficaces; los modelos, efímeros y descartables; las identidades, frágiles. La foto, la huella o la firma que constituían la forma de identificación por excelencia son reemplazadas por el perfil (datos procesados digitalmente). Las corporaciones reemplazan a los Estados nacionales, y las tarjetas de crédito, a los pasaportes. El sujeto encerrado de las disciplinas deja su lugar al sujeto endeudado de la psicopolítica.  

La tecnociencia contemporánea constituye un saber de tipo fáustico, pues anhela superar todas las limitaciones derivadas del carácter material del cuerpo humano, consideradas obstáculos orgánicos que restringen las ambiciones y potencialidades humanas. La finitud es uno de esos obstáculos, por consiguiente, los instrumentos tecnocientíficos se proponen crear vida, alterarla o prolongarla y, para ello, necesitan subvertir la prioridad de lo orgánico sobre lo tecnológico, redefinir fronteras, anular leyes y tratar a los seres vivientes como materia manipulable. Este saber fáustico-digital tiene pretensiones totalitarias ya que procura el control total sobre la vida (la humana y la no humana). El impulso hacia el dominio cibernético es insaciable, ilimitado, infinito, ciego. Los humanos pierden el control de sus energías y éstas adquieren vida propia. Los propósitos cognitivos se vuelven meramente técnicos: el objetivo no es conocer (para ampliar los saberes sobre el mundo o dominar la naturaleza) sino controlar y volverlo todo previsible. Esto supone una mutación de lo humano, de su ser orgánico y también de sus capacidades sociales, psíquicas y cognitivas, y de sus amparos morales. La configuración biológica se vuelve obsoleta y nos sitúa frente a una encrucijada que demanda decisiones éticas y políticas.  

Por consiguiente, la urgencia/emergencia en que nos sitúa esta era obedece a un acontecimiento absolutamente inédito: las tecnologías (en este caso, digitales), lejos de intervenir como herramientas auxiliares, como recursos complementarios de las prácticas sociales, del aparato psíquico y/o de la vida orgánica inmanente (aspectos en los que pone su énfasis, respectivamente, el marxismo, el psicoanálisis y el deleuzianismo), operan como suplementos de lo humano, en cualesquiera de estas tres modalidades. Así, amenazado/desplazado por su suplemento, es lo humano mismo lo que se pone en juego. 

Por otra parte, todas estas ingenierías autosuficientes se conjugan con una avanzada mediática que ha logrado articular una extraña y compleja modalidad de la ideología: una configuración ideológica que combina punitivismo (tanto el castigo/sacrificio de sí mismo como el reclamo de violencia contra ciertos sectores considerados peligrosos), emprendedurismo (mandato de autosuficiencia, ensimismamiento y responsabilidad individual) y posverdad (deseo de no saber, construcción de ficciones cognitivas reticentes al cotejo, la comprobación y/o la crítica). La humanidad (si aún tiene sentido utilizar este concepto) está atravesando un momento sumamente complejo y preocupante, ya que no solo está en duda su futuro sino también su estatuto antropológico e incluso, ontológico. Aunque no tengamos respuestas por el momento, no podemos dejar de formularnos los interrogantes con los que hemos iniciado este breve recorrido introductorio, no podemos soslayar la necesidad de renovar la pregunta por la técnica. 

Claudio Véliz es sociólogo, docente e investigador (UBA-UNDAV), director general de cultura y extensión universitaria (UTN) /claudioveliz65@gmail.com  

Bibliografía citada: 

Deleuze, G. (1991): “Posdata sobre las sociedades de control”, en Christian Ferrer (comp.): El lenguaje libertario T. 2, Nordan, Montevideo.  

Sibilia, P. (2006): El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, FCE, Bs. As.  

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