Otra ronda a la pirámide, 45 años después
Por Ana Clara Isi
Ellos dicen que sin cuerpo no hay delito. Yo les digo que sin cuerpo no hay remanso, no hay paz posible para este corazón.
Para ninguno.
Antígona Gonzáles, Sara Uribe.
En la mitología griega, Antígona desobedece el mandato del Rey. Busca el cuerpo de su hermano, condenado a la no sepultura (el peor de los castigos para un griego). Busca un cuerpo. Desde que Sófocles escribió la tragedia de Antígona, en el siglo v a.C., la obra estimuló un sinfín de reescrituras y resignificaciones históricas. En la infinita red de relaciones que enlaza las culturas de los pueblos latinoamericanos, la figura de Antígona se ha vuelto una referencia recurrente para dar cuenta de la búsqueda inclaudicable de los cuerpos que el terrorismo de Estado nos ha arrebatado de forma sistemática, organizada y simultánea, en toda la región.
Antígona se resiste a la crueldad de quien detenta el poder. Antígona busca hasta encontrar, hasta alcanzar la justicia que los suyos merecen. Antígona habita un cuerpo femenino que le ofrece cierto tipo de “ventaja” para la contienda: la total convicción que tiene el enemigo de que es inofensiva.
Cuando vean que somos muchas, Videla tendrá que recibirnos. La voz de Azucena Villaflor de Devincenti* propone frente a la mirada consternada del resto, que acepta. Corre el año 1977. Es sábado 30 de abril. Catorce mujeres se encuentran en Plaza de Mayo para reclamar por la desaparición de sus hijos e hijas.
La plaza, el sábado, está vacía. Deciden volver el viernes. Una de ellas advierte: “Viernes es día de brujas”. Como protegiéndose, de antemano, de hogueras y malos augurios, el grupo resuelve: mejor el jueves.
Todavía son 14. Tejen sentadas en la plaza. Siguen esperando una respuesta que no llega, que no está, que no tiene entidad, que es una incógnita. La policía las obliga a circular. En pleno estado de sitio, cualquier reunión de tres personas o más está prohibida: se la considera potencialmente subversiva. Las madres circulan.
Plantadas frente a la casa de gobierno, rodean la Pirámide de Mayo en sentido contrario a las agujas del reloj. También es contra el tiempo la pelea, contra cada minuto de silencio. Es la primera de las rondas.
En un rincón del corazón de Buenos Aires, un grupo de locas le hace cosquillas al terror.
La peregrinación a Luján de ese mismo año congrega a un millón de jóvenes, y ellas, que deciden ir juntas, ven un problema en cómo reconocerse entre la multitud. Alguien propone que todas usen un pañuelo del mismo color. Alguien tiene otra idea. Frente a la basílica, es sencillo identificarlas. Llevan la cabeza cubierta de blanco con los pañales de tela que alguna vez usaron sus hijxs. Unos días después, el viernes 14 de octubre de 1977, cientos de militantes por los derechos humanos y familiares de desaparecidos marchan en Plaza de Mayo. 300 son detenidos.
El silencio se resquebraja. La prensa extranjera hace foco en el grupo de mujeres que insiste en el reclamo de verdad. Para muchxs, la carta abierta del gran periodista, que había circulado meses atrás, se vuelve una revelación inexorable. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no solo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
La oposición a las medidas de la dictadura militar es coherentemente sostenida por las madres. En 1979, la ferocidad de la represión las obliga a suspender las manifestaciones. Al año siguiente, sin embargo, vuelven a tomar la plaza, y en 1981 convocan a la primera Marcha de la Resistencia, que las encuentra caminando a su alrededor durante 24 horas.
Recuperada la democracia, la demanda de justicia y reparación de la memoria histórica se sostiene sin descanso, superando incluso enormes decepciones. El 24 de marzo de 2004, un presidente electo por una minoría irrisoria se para en una de las galerías del Colegio Militar y ordena, con una firmeza inusitada, descolgar los cuadros de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone. No le tiembla la voz. No le tiemblan las manos. Lo harán un rato después, cuando en el acto de recuperación del ex centro clandestino de tortura y exterminio de la ESMA pida perdón en nombre del Estado nacional a las madres de toda una generación diezmada; a las que están frente a él, a las que quedan, que ya son infinitas.
* El 10 de diciembre de 1977, Azucena sale de su casa y camina hacia el puesto de diarios. Quiere ver si La Nación publicó la solicitada de Madres. Una patota la intercepta. Diez días después, en las playas de la provincia de Buenos Aires, el mar trae a la costa cuerpos que nadie identifica. En enero de 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense logra la exhumación de la fosa común en la que fueron enterrados, en el Cementerio de General Lavalle. Las “NN” recuperan sus nombres y rostros, su historia. Son Esther Ballestrino de Careaga, María Eugenia Ponce de Bianco y Azucena Villaflor de Devincenti. Las cenizas de Azucena son enterradas en la Pirámide de Plaza de Mayo.
Ana Clara Isi es docente e integrante del consejo editor de La tela
Foto slider: Daniel García (AFP)