La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido
Milan Kundera
Por Carlos Zeta
El celular me acaba de dar un ultimátum. O lo vacío de no sé qué, o deja de funcionar. La memoria ha dicho basta.
Entonces le he preguntado qué hacer —en la lengua imposible en la que se le preguntan cosas a un celular— y me ha dicho que la tarjeta SIM y que los WhatsApp, y no entiendo qué asunto de almacenamiento “en caché”, y las aplicaciones, y no sé qué de las imágenes. Y entonces he pensado en que lo tengo desde hace dos años y nunca me he preocupado por esos asuntos, puesto que no he tenido jamás el propósito de andar recortando ninguna memoria. Ni siquiera la del celular.
Sin embargo, así funcionan las cosas ahora: en la era del capitalismo ilimitado el presente es infinito. Y de eso no se salvan los celulares. Mejor todavía: los celulares serían algo así como el templo global de la desmemoria. Y entonces he recordado esas situaciones en las que las personas se afanan por tomar imágenes. Desde que amanecen (¿o aún antes?, ¿acaso no hay quienes incluso en la difusa madrugada están sacándose selfies?, ¿hay algún momento del día —y de la vida— que no sea sistemáticamente fotografiado?), y a toda hora: que el mate o los cereales del desayuno; el rostro de tal; el cuerpo de cual; una planta; la comida de toda hora, el registro de todo lugar…
La imagen como cristal vacío de toda existencia.
Y luego cada instante y todos los instantes y entonces me pregunto, a esa red infinita conformada por millones de personas… ¿cada cuánto el celular les plantea el ultimátum? ¿Y, en ese caso, qué hacen con los mensajes de WhatsApp? ¿Y con las imágenes?
Alguien me dice no sé qué de la nube y trato de imaginar toda la memoria en una nube… toda la memoria voluntariamente almacenada en una nube y no salgo de mi asombro. ¡Pero si la nube ha sido siempre el monstruo de nuestra memoria! Cuando nos ha asaltado (y a todos nos ha asaltado alguna vez) la necesidad, el deseo, la urgencia de recordar algo que se resiste a acudir, a responder, hemos vivido esos instantes fatales (no pocas veces son mucho más que instantes) en que ese recuerdo, ese nombre, esa voz, ese aroma, el nombre de ese aroma, no acude porque está en la “nube” de nuestra memoria, en ese borroso espacio, en ese limbo que nos llena de angustia porque bien sabemos la suerte que les espera a esos cristales de nieve o gotas de agua que viven —su efímera existencia— suspendidas en la atmósfera…
Y es que toda nube está destinada a dejar de serlo ¡y resulta que ahora allí van los restos de la prepotencia del eterno presente: a una nube voluntaria en la que, claro, todo habrá de disolverse!
Pero todavía más: ¿quién entre esos millones de personas tiene (aún) las imágenes que tomó, digamos, en 2007… o en 2010… o (seamos menos dramáticos) en el último lustro…? He preguntado a más de una docena de personas y he recibido una respuesta contundente: nadie conserva esas imágenes… a lo sumo tienen las del último año… pero, y entonces ¿para qué las sacan? ¿Qué es eso tan efímero? ¿Adónde van esos instantes?
El teléfono me sugiere borrar todas las imágenes y todas las conversaciones del WhatsApp. Todas. Fin. Esas conversaciones no han existido. Fueron humo, nube, viento. Nada.
No voy a hacerle caso.
Porque ahí todavía están cada una de las charlas que hemos tenido. Ahí estás vos, ahí estoy yo, ahí estamos lxs que venimos siendo, buscando —y a veces encontrando— las palabras para nombrarnos.
Y para nombrar lo que nos duele y lo que nos salva.
Carlos Zeta es filósofo, docente, editor y miembro del consejo asesor externo de La tela. Durante el primer período de la revista (2006-2013) se desempeñó como jefe de redacción.
Este artículo es un anticipo del libro Lluvias, o fragmentos de vivir.