Elogio de la traición
Por Lautaro Véliz
Si malo es el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos vende.
Arturo Jauretche
Que nuestra historiografía se haya esforzado por invisibilizar a Martín Miguel de Güemes no debiera sorprendernos en absoluto. A partir de su muerte, el 17 de junio de 1821, las clases dominantes de la sociedad argentina decidieron denostar su imagen y ocultar su gesta heroica de los libros de historia. Fue un traidor a su clase, a una elite que jamás le perdonó haberles devuelto la dignidad a los gauchos y a los pobres del norte de nuestro territorio. Bartolomé Mitre ha intentado bajarle el precio al acusarlo de “caudillo menor” y otros, incluso, se han referido a él como un simple “prócer provincial” o un “gangoso mal aspectado”. La figura de Güemes inauguró una tradición de odio de clase en Argentina que hoy en día se encuentra más vigente que nunca.
Proveniente de una familia noble y adinerada de la oligarquía salteña, desde niño se relacionó con las tareas agrícolas y ganaderas mientras se criaba en la finca que sus padres poseían en el campo norteño. Su temprano contacto con el territorio, con la geografía de los cerros y especialmente con los campesinos y trabajadores de la tierra, sembraron el germen de su posterior éxito en la batalla contra los realistas. Y es por esta razón que le fue muy sencillo ganarse el respeto y la confianza de los gauchos de toda la región, quienes se alinearon a sus órdenes y lo acompañaron incondicionalmente en la causa, incluso hasta después de su muerte.
Fue un traidor a su clase, a una elite que jamás le perdonó haberles devuelto la dignidad a los gauchos y a los pobres del norte de nuestro territorio.
A sus catorce años se alistó en el Regimiento Fijo de Infantería y en 1805 fue enviado junto con su batallón a defender al pueblo durante las Invasiones Inglesas. Un tiempo más tarde regresó a Salta y, desde allí, organizaría la resistencia a la avanzada del ejército realista al mando de los enfrentamientos que estallaron a partir de la revolución de mayo de 1810. Para ello, conformó milicias formadas por gauchos y nativos a los que entrenó como pudo para la batalla, sin recursos ni apoyo de Buenos Aires. Los vastos conocimientos que sus tropas tenían del territorio salteño, sumados a su inteligencia y habilidades para el combate, fueron la clave del éxito de su ejército, que llevó a cabo una verdadera “guerra de recursos” contra el enemigo utilizando innovadoras tácticas de guerrilla que atacaban sorpresivamente y luego se dispersaban por el monte. Sus triunfos en la Batalla de Suipacha, primero, y en la Guerra Gaucha, más adelante, le significaron el respeto y la confianza de figuras como San Martín y Belgrano, y el título de gobernador de Salta.
Las batallas por la independencia latinoamericana contaron con la participación activa y determinante de mujeres. Al general lo acompañó y apoyó su esposa, Carmen Puch, durante su desplazamiento por el Alto Perú, aun estando embarazada. Su hermana, Macacha, lo ayudó a conformar el ejército gaucho y se encargó de sustituirlo al mando del gobierno mientras él abandonaba la ciudad para luchar. Además, ambas llevaron a cabo tareas de inteligencia infiltrándose en campamentos españoles para conseguir información útil para el Ejército del Norte. Quizás la actuación más emblemática sea la de Juana Azurduy, la generala que luchó codo a codo con Güemes y jugó un papel decisivo en el combate.
A medida que su misión se iba cumpliendo, Güemes cosechaba numerosos enemigos internos, que terminarían atentando contra su vida. En las épocas más duras de la guerra, asfixiado económicamente y sin apoyo, recurrió a prácticas que incluían desde expropiaciones de terrenos, al por la fuerza de préstamos económicos por parte de quienes no colaboraban con la causa o la suspensión del pago de arriendos. Los dueños de las tierras lo aborrecían: no solamente había empoderado y armado a quienes ellos solían esclavizar como peones en sus ostentosas haciendas, sino que además debían tolerar los atropellos contra sus bienes y propiedades. Por su parte, las elites de Buenos Aires veían en él un potencial peligro contra sus prédicas unitaristas y temían el surgimiento de un nuevo Artigas en el norte. Los terratenientes salteños comenzaron a hostigarlo cada vez más, y hacia mediados de 1821, se aliaron con los españoles para eliminarlo. Entregaron al general mientras descansaba en casa de su hermana y la emboscada resultó fatal: un disparo que recibió mientras huía acabó con su vida diez días después.
Los dueños de las tierras lo aborrecían: no solamente había empoderado y armado a quienes ellos solían esclavizar como peones en sus ostentosas haciendas, sino que además debían tolerar los atropellos contra sus bienes y propiedades.
Güemes se apropió de la sabiduría popular gauchesca y la puso al servicio de la causa patriota de liberación nacional, y paradójicamente, fueron sus propios compatriotas los responsables de su trágico final. Su lucha por los derechos de los gauchos y campesinos que se unían a sus filas y su aguda conciencia de clase (a pesar de haber nacido en el seno de una familia noble y aristocrática y de que su padre se desempeñó como tesorero de la corona española) le suscitaron el apoyo y la lealtad de los más humildes y el desprecio de las clases altas de la época, que soñaban con una Argentina blanca, europea, letrada y porteña (1).
Un siglo y medio más tarde, las aguas volverían a dividirse en nuestro país con la irrupción de un gobierno popular que colmó de derechos a las clases trabajadoras, y despertó pasiones a ambos lados de una grieta que seguirá resultando irreductible mientras reine la lógica del capital. Los gauchos “sucios” y “mal aspectados” de 1810 fueron por entonces cabecitas negras, negros y descamisados, que invadían la impoluta ciudad para inundarla con sus conductas vulgares y ordinarias. Aquel movimiento dignificó a los y las trabajadoras al otorgarle derechos que históricamente les fueron relegados, y una vez más, las elites sacaron a relucir su odio más profundo y tajante, odio que descansa en una pretendida superioridad racial y moral respecto de aquellos con quienes no desean compartir espacios, ni gustos, ni costumbres, ni nación.
Güemes se apropió de la sabiduría popular gauchesca y la puso al servicio de la causa patriota de liberación nacional, y paradójicamente, fueron sus propios compatriotas los responsables de su trágico final.
Más acá en el tiempo, luego de la larga noche neoliberal que inauguró la dictadura cívico-militar-eclesiástica y continuó el menemismo, irrumpió en la escena política una pareja que retomó la tarea de devolverle la dignidad y la alegría al pueblo trabajador. En este período mejoró notablemente la vida de los más vulnerables, que progresivamente accedieron a nuevos y mejores bienes. Al mismo tiempo, empezaron a frecuentar espacios que históricamente estuvieron reservados para los sectores más refinados de la sociedad. Esta vez los gauchos fueron planeros, vagos, villeros, cucarachas y un sinfín de etcéteras.
La figura de Güemes es un símbolo de la repulsión que genera en los sectores acomodados de nuestra sociedad cualquier atisbo de justicia distributiva y de solidaridades colectivas. Un sentir que fue transversal a lo largo de la historia argentina y que aun hoy encontramos encarnado por algún economista despeinado o alguna dirigente disfrazada de cowboy, entre otros tantos bufonescos personajes. En los últimos años, el pueblo argentino comenzó a saldar su histórica deuda con él, comenzando por la sanción de la ley que declara el 17 de junio como un día para conmemorar su muerte (2), hasta los recientes anuncios del gobierno nacional para lanzar una nueva partida de billetes con su imagen. Luego de casi dos siglos de injusticia, estos actos inician la reparación de la memoria de Güemes, el héroe de los gauchos y los campesinos rurales, un prócer de la patria que bien podría compartir trinomio con San Martín y Belgrano, y que hasta el último de sus días predicó incansablemente por lograr el sueño de la patria grande latinoamericana.
(1) Adamovsky, Ezequiel (2019): El gaucho indómito. Siglo XXI Editores. Buenos Aires.
(2) La ley 25.172 sancionada en el año 1999 declara el 17 de junio de cada año como “Día Nacional de la Libertad Latinoamericana”, en conmemoración por la muerte de Güemes.
Lautaro Véliz es especialista en política latinoamericana, licenciado en Periodismo e integrante del consejo editor de La Tela
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