Roberto Arlt: 122 años de vida 

Roberto Arlt: 122 años de vida 

Un cross a la mandíbula

El hecho maldito de la literatura burguesa 

Por Ana Clara Isi 

Desde la violación que inaugura la tradición sanguinaria de nuestra literatura en “El matadero” de Esteban Echeverría, atravesando las tensiones entre civilización y barbarie del Facundo sarmientino y el despojo y apropiación de la lengua a los sectores populares en el Martín Fierro de Hernández, hasta el sinfín de reescrituras que disputan, todavía hoy, la propiedad de la violencia desde -y en– la lengua, el vínculo entre las letras, la historia y la política se nos presenta como una realidad ineludible. Ya en sus primeros ensayos, la literatura argentina se consolidó como el instrumento didáctico-político preferido de las clases dominantes. No debe sorprendernos, entonces, que sus “padres fundadores” hayan sido también los del Estado nacional.  

La institución literaria se ha perpetuado, desde entonces, a partir del culto a la erudición de los sectores privilegiados y la incomprensión -cuando no el decidido desprecio- de las expresiones populares. La secta intelectual que ha detentado la propiedad de la lengua y la cultura se ha visto, sin embargo, corroída de manera casi permanente por la espléndida sublevación de lxs “incultxs”.  

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Unos años antes de que Discépolo cante la posta, Roberto Arlt ya nos arrastra al bajo fondo de maquiavelos, estafaos y cambalaches. El universo arltiano florece de personajes extraños, conspiraciones secretas, inventos novedosos y revoluciones fallidas. El escritor que nació con el siglo habita y describe el mundo desde los márgenes –repudiado, por supuesto, por los autores consagrados- y desde el seno de una familia inmigrante y pobre irrumpe en la escena con un estilo inconfundible. Lo monstruoso, el exceso y la desmesura son el sello característico de una poética del fracaso social que ilustra como pocas una época signada por la desigualdad, la marginalidad y el delito. Sus obras exponen las miserias de la sociedad capitalista – “los ruidos de un edificio social que se desmorona” – con la violencia típica de su inconformismo anárquico. 

El universo arltiano florece de personajes extraños, conspiraciones secretas, inventos novedosos y revoluciones fallidas 

Dentro del conjunto de sus creaciones, existen dos textos ineludibles al momento de pensar una teoría arltiana de la literatura: “El idioma de los argentinos” (1930) y el prólogo a Los lanzallamas (1931). En el primero, rehusándose a mirar con la ñata contra el vidrio, Arlt se hace lugar en la polémica entre el académico José María Monner Sans y un ya prestigioso Jorge Luis Borges. El paladín de la lengua popular expropia el título borgeano para exponer su propia concepción sobre el tema, dando a Monner Sans la respuesta que el autor de El Aleph había decidido ahorrarse. Desde la primera persona que caracteriza las crónicas publicadas entre 1928 y 1933 en el diario El mundo (compiladas luego bajo el título de Aguafuertes porteñas), Arlt invita a considerar “lo absurdo que es pretender enchalecar en una gramática canónica las ideas siempre cam­biantes y nuevas de los pueblos”. Su defensa de la lengua lunfarda plebeya mantiene una vigencia inusitada si la pensamos en relación con los debates que despertó, en los últimos años, la imperiosa necesidad de una perspectiva de género en el lenguaje, con las distintas formulaciones que surgieron en respuesta (inclusivo/no binario).  

Por otro lado, el prólogo a Los lanzallamas es probablemente el manifiesto arltiano por excelencia. El escritor proletario, el despreciado hijo bastardo de la tradición, el “inútil semi-analfabeto que escribe mal”, la piedra en el zapato de la élite literaria, toma por asalto su lugar detrás de la máquina de escribir, por mucho que los eunucos bufen. Frente a quienes “esgrimen la gramática como un bastón y su erudición como un escudo contra las bellezas que adornan la tierra”, opone la firme certeza de que cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier lado y como sea que lo demande la pulsión visceral que asalta. Así, en el mismo movimiento en que denuncia la doble moral de quienes horrorizados por la brutalidad de su escritura celebran procedimientos similares en autores extranjeros, proclama su ferviente convicción en un porvenir que es promesa popular: el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo

Frente a quienes “esgrimen la gramática como un bastón y su erudición como un escudo contra las bellezas que adornan la tierra”, opone la firme certeza de que cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier lado… 

Casi un siglo después, basta con ver la revalorización de la obra arltiana –impulsada por un conjunto de autores entre los que pueden señalarse Abelardo Castillo, Guillermo Saccomanno, Ricardo Piglia y Noé Jitrik- para terminar de comprobar el augurio. El cronista maldito se ha convertido en uno de los escritores más reconocidos del canon nacional, referente imprescindible para la construcción de un periodismo narrativo de raigambre popular y puerta de entrada a la literatura para distintas generaciones de marginadxs a lxs que la academia no ha podido despojar de su violento impulso creador. Para Roberto Arlt, el futuro ya llegó. 

*Ana Clara Isi es docente e integrante del consejo editor de La tela 

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