Imposibles hombres pájaro
Por Ana Clara Isi.*
Estoy en Mar del Plata, sentada frente al mar. Los pies hundidos en la arena; los ojos, en un libro amigo. El viento me embolsa los oídos. La espuma y la sal dialogan en un murmullo inacabable. Este segundo, esta porción de invierno acá es un bálsamo para los sentidos que traje mareados en la valija. Los dolores que se dibujaban en el cuerpo por estos días empiezan a borronearse, como grabados en la arena, con cada nueva ola que besa la costa. Pienso en esa imagen: las lenguas del agua lamiendo los síntomas de mi dramática humanidad. Llevo los ojos lejos, los paseo por el horizonte que se estira, allá adelante, disfrutando este instante en el que me reconozco infinitamente diminuta frente al mundo. Entonces lo escucho.
Un cercano, inmediato agitar de cascabeles me trae de nuevo, y giro la cabeza y lo veo ahí. Un Jesús de pie, justo al lado. O, al menos, un tipo muy convencido de que lo es. Bastante más sucio, aunque igual de peludo y haraposo. Preocupado -me cuenta- por extender el mensaje, su misión en la tierra, la tarea que su padre omnipresente le delega y vigila. Ahora, con la mirada clavada en la mangosta que se esconde entre mis manos, tras las rejas delineadas vaya a saber por quién en la edición tapa blanda, me advierte que “el demonio habita, agazapado, los libros profanos”. Está ahí, acechándome entre las metáforas y el palabrerío de aquello que leo.
Este Jesús no sabe que, en Alrededor de la jaula, ese animal es obra de Haroldo Conti. Ignora, además, que él también fue enjaulado. Que un 5 de mayo de 1976, otros demonios -un poco más reales, un poco menos humanos aún- lo arrancaron del escritorio donde hacía unos días nomás había colgado el cartel que rezaba en latín: “este es mi lugar de combate, y de aquí no me moverán”.
Tengo 20 años aquella tarde. La escena se repite en mi memoria cada vez que vuelvo a Haroldo. Este fugaz escape de la cotidianeidad, esta puesta en ridículo de una monotonía rutinaria, esta apenas anécdota de algún día de julio es la respuesta primera cuando tengo que enfrentarme a la pregunta sobre qué es la literatura.
Literatura es un linyera devenido en profeta frente al mar de algún lugar; una ficción delirante que alerta sobre los peligros de confiar en las palabras escritas en cualquier papel; una lectura que empuja afuera del mundo y sus tristezas; la promesa de una revolución.
Yo no escribo la Historia sino las historias de las gentes, de los hombres concretos -escribo para rescatar hechos, para rescatarme a mí mismo. Podría decirles más: creo que toda mi obra es una obsesiva lucha contra el tiempo, contra el olvido de los seres y las cosas. Uno siente que envejece, que se va, y quiere que algunas cosas, de alguna manera, permanezcan.
(Haroldo Conti en la entrevista “Un simple trabajador” de Heber Cardoso y Guillermo Boido, La Opinión 15 junio de 1975)
De la reducida, pero inextinguible raza de soñadores: Haroldo
La palabra como trinchera. La escritura, una forma de inventarse en otro lado, en otro tiempo, en otra historia. Un modo de convertirse en todo aquello que fue; de maestro rural a actor, director teatral, seminarista, piloto civil, profesor de filosofía, amante apasionado del Delta… y mejor aún, en todo aquello que todavía no ha sido. “Sabe andar por el Delta como sabe viajar, cuando escribe, por los túneles del tiempo” – relata Eduardo Galeano (1) – “vagabundea por los arroyos o anda días y noches por el río abierto a la aventura, buscando aquel navío fantasma en que navegó allá en la infancia o en los sueños; y mientras persigue lo que perdió va escuchando voces y contando historias a los hombres que se le parecen”. Y las historias viajan también, a veces por el río, a veces por los cielos.
Conti cuenta, por ejemplo, que, en primavera, en algún lugar que al caso es Solsona, pero bien podría ser su Chacabuco natal, puede uno proponerse volar… ¡y volar! Basilio Argimón, el hombre-pájaro nacido de la prosa inigualablemente tierna de Haroldo en el cuento “Ad Astra”, se desprende en vuelo para atravesar otras de sus obras dejando un sello identitario en común: el imposible posible. Quizás la entrañable relación con su personaje se explique desde el hecho concreto: él es también un volador. Acaso sean dos caras de una misma moneda, fantástica y real, en donde los golpes y porrazos de cada intento fallido y la brutal insistencia de los rurales –como los apodara en su novela Mascaró (2)- por censurar, prohibir y borronear la historia, son heridas en carne de ambos.
Militante del PRT (Partido Revolucionario del Pueblo) y el FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo), Conti integró el frente de trabajadores de la cultura con una urgencia en la piel: la violencia en América Latina. Mascaró es la firme denuncia de esa violencia, y Basilio, cuya biografía se nos revela con mayor detalle en esta novela, “maestro en su propio vuelo” -como bien canta el músico y cantautor Hugo Fernández Panconi (3)- de una lección histórica de persistencia y liberación.
La primera descripción que el autor ofrece de su personaje es muy sencilla, pero no por eso menos trascendente: “Aquí y allá, en este y otros tiempos, había, hubo siempre algún solitario ejemplar de esa reducida pero inextinguible raza de soñadores que son la sal del mundo y a la cual pertenecen en grado heroico los hombres voladores…”. En la brevedad de esas líneas se escriben, indudablemente, la identidad del personaje tanto como la del escritor. Y junto a ellas, sus destinos.
Argimón, poderoso pájaro libre, acaba exiliado, transformado en leyenda; Haroldo, ferviente militante de la emancipación popular, se constituye a través de las páginas que ha escrito -su “lugar de combate”- como un referente esencial de la resistencia frente al olvido y la impunidad, una criatura sobrehumana en la mítica construcción literaria de una argentinidad que se opone al terror y, efectivamente, lo vence.
(1) Eduardo Galeano escribe sobre su vínculo con Haroldo a meses de su desaparición. Revista Crisis N.º 40, Buenos Aires, agosto de 1976. Disponible en: http://conti.derhuman.jus.gov.ar/areas/institucional/eduardo-galeano.php#_ftn1
(2) La novela Mascaró, el cazador americano, reconocida en 1975 con el premio “Casa de las Américas”, fue prohibida por el gobierno de facto impuesto en el país tras el golpe del ‘76. La censura se fundamentó en que la obra propiciaba la difusión de ideologías, doctrinas o sistemas políticos, económicos o sociales marxistas tendientes a derogar los principios sustentados por nuestra Constitución Nacional.
(3) Hugo Fernández Panconi (20 de septiembre de 1963, Villa Atuel, provincia de Mendoza) es un músico, guitarrista, autor, compositor y escritor argentino. Su canción “Basilio Argimón volador” retoma al personaje de Haroldo Conti y puede escucharse en https://youtu.be/rxLYBtrvmBI
*Ana Clara Isi es docente e integrante del consejo editor de La tela